Identidad trabajadora

1 de mayo: Reflexiones sobre el trabajo


Pasó más de un siglo desde que los picapedreros y sus familias lucharon y consiguieron la jornada de 8 hs de trabajo. También tuvieron que pelear para conseguir que las tranqueras de los predios donde vivían no tuvieran candado ni impedimentos para circular, y para cobrar con una moneda de curso legal y no plecas, que solo podían usarse en el almacén del patrón. Trabajo duro, riesgoso, en las canteras de Tandil, que reunían al menos un cuarto de su población, pero tenían un trato de segunda. Invisibles en los diarios de la época. Sólo pequeñas menciones de algún caso policial y tres líneas en un rincón en tiempos de conflicto.
Las comunidades de picapedreros tuvieron que hacer por sí mismas todo lo que precisaban, escuela, sindicato, bar, club, periódicos, hacían hasta la música que bailaban. Ya hacían todo el trabajo de una actividad que hizo grande al Tandil de esos días, mientras sus frutos, productos y ganancias se localizaban fuera de los lugares donde vivían los picapedreros.
Al mismo tiempo, desarrollaron saberes que cimentaron la industria tandilense ¿Cuántos de los herreros de pinchotes, fueron luego los trabajadores de talleres y fábricas que por miles caracterizaron a Tandil por varias décadas?
En Argentina la jornada laboral de ocho horas fue establecida por ley en 1929. Los picapedreros, hombres y mujeres, la lograron en 1909.
En aquel tiempo los adoquines se hacían a mano, como el tambo, la juntada de papa y maíz, la tierra se labraba con un arado mansera, la comida se hacía en cocinas a bosta seca o cardos. Las herramientas se afilaban a fuerza de fragua, fuego, brazos. El agua se acarreaba desde los manantiales. Infancia y vejez no eximían de trabajar.
Cuando el pavimento sustituyó al adoquinado, el cierre de canteras y la caída en la actividad de la piedra artesanal implicó la necesidad de buscar otros trabajos. Así los picapedreros con su historia, sus saberes, sus ideas y experiencias se mudaron a distintos barrios de Tandil, Villa Laza, Villa Italia, en las inmediaciones de las Metalúrgicas, o a otras ciudades.
La mayoría vieron como una parte de su familia o de sus amigos se mudaban a Mar del Plata a trabajar en la piedra u otros trabajos. La actividad cambió. Del arte compartido, del entender la piedra y cortarla para que sea casi eterna en obras públicas, a la piedra molida a marrón y martillo.
Desarmar las casillas y llevarlas… Ir y venir en algún camión a fiestas y velorios, aniversarios de escuelitas, encuentros en el club. Los recuerdos de aquella infancia entre dos lugares, con sus resonancias de países anteriores para los mayores, deambulan entre generaciones.
A fines de la década del 40 las primeras jubilaciones dieron vuelta el destino que condenaba a trabajar hasta morir y ese cambio fue una batalla ganada contra la miseria y la injusticia. El contexto económico permitió que unos trabajos se sustituyeran por otros y que, en general, las condiciones de vida mejoraran.

El pleno empleo, el trabajo registrado, jubilaciones, aguinaldos, la construcción colectiva de la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación, marcaron un tiempo de progreso social. La industrialización abrió puertas a trabajadores formales y el pleno empleo generó condiciones para una distribución más justa.
La actividad siguió cambiando, y en los setenta la piedra estallada por explosivos y el uso de grandes máquinas consolidaron un modelo de alta extracción y escasísima mano de obra.
El golpe de estado de 1976, de la mano de Martínez de Hoz comenzó la desindustrialización, la pérdida de derechos y la desnacionalización. El endeudamiento externo nos dejó presos de modelos antipopulares, que ahorran trabajo y flexibilizan las regulaciones laborales y ambientales. La crisis de 2001 mostró las consecuencias.
En veinte años el Cerro de los Leones se convirtió en cavas. En la movediza la extracción de piedra “se comió
la calle Salta”, llovieron piedras sobre las casas de los vecinos y se inició un largo juicio.
Se fueron la piedra molida y los beneficios. Quedó el pasivo ambiental. Y trabajadores sin trabajo y sin
aportes
Con ese estado de situación, la posterior reindustrialización con distribución, ya no generan los mismos trabajos que se perdieron, ni en cantidad, ni en calidad. La jornada laboral sigue siendo de 8 horas, aumenta la productividad, pero los salarios aunque mejoraron no alcanzaron el poder de compra previo al 76. Y sobre todo, ya no se generan empleos formales y estables. A los jóvenes se les exige formación pero se les ofrece un horizonte de incertidumbre y precariedad. La capacidad de organización de la sociedad argentina da lugar a las muchas formas de economía popular, para colocar un horizonte de sobrevivencia allí donde el mercado de trabajo no brinda oportunidades de un trabajo registrado.
Existe una población con nivel importante de formación y existen recursos, pero el mercado y particularmente el capital financiero y extranjerizado organiza la economía de un modo que los recursos y los frutos de nuestro esfuerzo se van y las actividades priorizadas generan muy poco empleo. Producimos para el mundo, pero aquí no tenemos ingresos dignos ni acceso suficiente a la alimentación y el hábitat.
Hoy, con la enorme multiplicación de la productividad se podría satisfacer las necesidades de toda la población. Es decir, con menos trabajadores se produce mucho más y ni siquiera aumentan los salarios reales.
En gran parte, es porque las empresas se quedan con todo el aumento de la productividad y contratan cada vez menos empleados en jornadas que siguen siendo de 8hs.
Es más, como hay tantas personas con trabajos precarios o mal pagos, quienes emplean pueden presionar para exigir cada día más a los pocos que tienen un “empleo bueno”.
En definitiva, la situación del trabajo se ha complejizado, existe una gran desigualdad de situaciones y también una conciencia mayor sobre trabajos que antes estaban invisibilizados. Las familias que vivieron en Cerro Leones y Movediza a comienzos de siglo XX pudieron sostenerse tanto por el trabajo de los picapedreros como por el durísimo trabajo de las mujeres, buscar el agua, hacer la huerta, la recolección de materiales de combustión para cocinar, hacer la ropa, todas la tareas de cuidado, etc. etc. etc.

Con otro contexto técnico e histórico, hoy también muchas de las tareas que realizamos para sostener la vida no son pagas, y las que son pagas adoptan formas muy desiguales. El mismo trabajo recibe retribuciones muy distintas y /o se realiza en condiciones disimiles según factores totalmente arbitrarios.
SI todos participamos de la creación de lo necesario para vivir, todos debemos recibir lo que precisamos. Cuanto más se aumente la productividad, si la jornada laboral sigue siendo de 8 hs, necesitarán menos trabajadores. La técnica que nos permite hacer más con menos esfuerzo es positiva siempre y cuando no se quede en unas pocas manos
¿Qué harían ante esta situación aquellos que fueron capaces de crear la unión obrera de las canteras en 1906? ¿La jornada laboral debe ser de 8 horas?
Después de tanto trabajo, aquí han quedado lugares devastados, cerros rotos y ni siquiera una calle empedrada. Pero queda el pueblo, la ciudadanía, familiares o admiradores de aquellas familias trabajadoras que forjaron una identidad, que supieron luchar y legarnos derechos inalienables.
Los diálogos en el presente permiten reconstruir lazos, compartir recuerdos, visibilizar un tiempo vivido que perdura en nuestra sociedad como raíz, legado e inspiración.
Seguir preservando la trama indestructible de la historia y la lucha, identidad compartida.
Nuestro compromiso es reconocer el legado de quienes lucharon por hacer el mundo un poquito mejor y tomar la posta en el tiempo en que vivimos.
Hoy, con lo que sabemos, el cuidado de la naturaleza y la retribución digna a todas las formas de trabajos, requiere que transitemos muchos caminos de la amistad y organicemos nuestra propia contribución a hacer un poquito mejor el mundo


Carta a Comisión de Cultura


Fotos de la caminata -01/05/2023